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domingo, 26 de enero de 2014

Recuerdos

 Recuerdos que vienen y se van. Son fugaces. A veces se quedan un buen rato y se sienten en alguna parte del cuerpo. Comienzan de forma inusitada, una puntada en el pecho, una brisa de angustia, la garganta apretada, la mirada que se nos detiene, la respiración que se hace más tenue, y esas lágrimas que brotan no por tristeza, sino que sólo porque deben salir. Son parte del proceso de despedida.

Una vez me topé frente a frente con la muerte, llegó de forma repentina, sin previo aviso. Tuvo el arrojo de llevarse con rapidez a uno de los seres a los que más he amado y que sigo amando en este mundo. Es extraño, pues nunca había pensado en la muerte cerca mío. La vida es sabia, nos hace vivir justo lo que se debe vivir en el instante preciso. Ni más ni menos. Sin saberlo, estaba preparada y ella también. Habíamos estado conversando sobre la muerte los meses previos, charlamos sobre su significado real, profundo y espiritual. En definitiva, la muerte no existe, es sólo una transición hacia otra vida, hay una trascendencia de tu espíritu y sigues viviendo, pero de otra forma, le decía yo. Ella me miraba y confiaba. Esas conversaciones nos alegraban, nos liberaban, las comentábamos juntas mientras compartíamos una rica carne y una ensalada a la chilena con mucho ají verde en el Santa Brasa, como cada domingo en la tarde, a veces después de ver una película. Luego me hacía preguntas como si fuera una niña y yo se las iba contestando con paciencia y ternura. La pasaba a dejar, ella me decía que era la mejor, eso me daba tanta risa, me decía que ella sí que me decía la verdad, que yo era una linda persona, que podía lograr lo que yo quisiera, que confiara y tuviera fe, que todo me saldría bien. Esas palabras me llenaban de tanto amor, me elevaban, y sí, las creía. Eran ciertos, pues ella lo sentía. Ella sí creía en mí. Cuando le contaba alguna experiencia complicada que estuviese pasando, se enojaba con la contraparte, me defendía, los insultaba...eso me producía tanta risa, me sacaba carcajadas. Nos despedíamos de cada encuentro con un abrazo muy apretado y un beso, nos decíamos te amo cada vez que nos veíamos y cada vez que hablábamos.

A veces me pregunto por qué se recuerdan más algunas situaciones, siendo que son tan simples y cotidianas. Guardo esa cálida sensación de llegar a mi departamento, abrir el refrigerador y encontrarme con una fuente con una carne a la cacerola y un pote con arroz con zanahorias y pimientos picados finitos; o una fuente con cuatro zapallitos italianos, sin aceite, sin queso; o la clásica tortilla de porotos verdes que tanto me gustaba. Es para que te alimentes bien y no comas sólo atún y ensaladas, eso no puede ser, trabajas mucho, me decía. Y yo pensaba que exageraba. Cuánta razón tenía. Una vez me acuerdo que me dijo algo que nunca olvidaré. Me llamó como a las 23:30 horas y me dijo ¿tienes el computador prendido?, le dije que sí. Me lo imaginaba, me dijo. ¿Sabes qué? Hazte un favor muy grande quieres y apágalo ahora, me expresó con mucha fuerza. Y así lo hice, lo apagué. Ahora no hay nadie que me llame para ver si tengo prendido o apagado mi computador en la noche, ni nadie que me cocine algo rico, eso que sólo ella sabía como hacerlo. Cómo se extrañan esos pequeños detalles.

Los días previos los recuerdo perfectamente, los he repasado mucho, no quiero olvidarlos, los atesoro adentro de mi corazón, con mucho celo, no quisiera perderlos. Fuimos a tomar once al Mozart, ella pidió un café cortado grande y bien caliente, yo un té y un sandwich, tenía mucha hambre, porque no había almorzado. Me retó porque estaba comiendo muy rápido, que eso me hacía mal, me dijo. Estábamos sentadas en la terraza techada, al fondo a la izquierda. Veo la mesa, nos veo sentadas junto a mi hermana. Conversamos sobre la vida, nos reímos, fue lindo. Al otro día fuimos a almorzar toda la familia al Apero y ella que comía muy poco sólo pidió verduras salteadas. Exigió que la atendiera la garzona que a ella le gustaba. Así se hizo. Estuvimos tranquilos. Le reconocimos que los perfumes que escogía eran exquisitos, que nos encantaban. Eso la hizo muy feliz, al fin se dan cuenta que tengo razón, nos dijo con aire señorial. Fuimos a la casa, y me dijo que debía hacer algo muy importante. Qué cosa es, le dije yo. Debes aprender a hacer tortillas, me dijo. Y me enseñó. Hicimos tortilla de zanahorias, ensayamos varias veces, estaba muy enfocada en que aprendiese a hacerla bien. Las hice bien. Lo disfrutamos, nos reíamos de este logro, era una maravilla, ya sabía cocinar algo rico y sano, sin aceite, me dijo. Nos despedimos, nos abrazamos, nos dimos el último beso. Ninguna de las dos lo sabía.

Su voz la he ido olvidando un poco, tontamente borré todos los mensajes de mi anterior celular, donde tenía tantos llamados de ella retándome, para qué tienes teléfono si no lo respondes, alegaba. Me gustaba escuharlos, me daban tanta risa, me enternecían. La única manera en que ahora puedo escuchar su voz es en sueños. Nos encontramos allí. Pido antes de dormir, quiero soñar contigo, veámonos, ¿te parece? Y sueño que ella está viva, vivimos aventuras, a veces muy sencillas, no pasan grandes cosas, conversamos mucho, le cuento cómo estoy, ella me orienta, me da ánimo, me defiente ante todo y ante todos, puedo percibir su olor y la suavidad de su piel, siento amor puro y profundo, siento esa dulzura y esa calidez encantadora. Hasta que tenemos que despedirnos. Yo estoy muy bien, me quedo acá, pero tú tienes que volver, tienes mucho por hacer y por vivir, me dice. No lo acepto, grito, lloro, la abrazo muy fuerte como si fuera una pequeña desvalida, no quiero que me deje. Ella sonríe, tiernamente me explica que ella sí vive, pero de otra forma. Tiene una serenidad preciosa, se ve más joven y hermosa. La miro y le creo. Confío. La suelto, la dejo ir. Despierto y agradezco el encuentro, fue real y cierto.

Siento paz, quietud y plenitud.
 

Gracias por leer.

*Post escrito escuchando la "Serenata de Schubert" interpretada en castellano por Lucho Gatica https://www.youtube.com/watch?v=kwULobrL4eA


 


sábado, 24 de agosto de 2013

Microrrelato 1: Ella y él

Les presento el primer microrrelato de este blog, doy paso a las historias ficticias. Espero que lo disfruten ;)

 
Una pareja se está tomando de las manos 
Ella había tomado una decisión definitiva. Se olvidaría de él y comenzaría de nuevo. Debía despertar, no podía perder tiempo en ensoñaciones, en ilusionarse con ideas que no eran reales. Sí, ella lo amaba en silencio, pero él no lo sabía. Nunca lo sabría. Porque ya estaba decidido. Esa mañana despertó y pensó en él por última vez. Se despidió, en pijama, con un té en la mano. Susurró su nombre con ternura...luego le llamó la atención al viento, le dijo que por qué nunca la había visto, por qué no había sentido su amor, por qué no pudo hacer nada por ella. Bueno, así es la vida, se dijo ella. Es mejor no haber comenzado nada, podría haber terminado todo muy mal, agregó ella.

Él no quería despertar. Estaba soñando con ella y no quería dejar escapar esa cálida sensación de intimidad, de felicidad, de sentirse en la cima de la montaña, de estar vivo. Él la amaba en silencio, pero ella no lo sabía. Aún. Estaba decidido a decírselo. Pero todavía no era el momento. Sentía que debía esperar, que todo debía hacerse con delicadeza, con suavidad, con un sentimiento amoroso. No quería presionarla. Que todo fluya, se decía él. Que sea lo que tenga que ser...sé que será maravilloso, agregó él.


miércoles, 19 de junio de 2013

Sentimiento


Bicicleta antigua

Estoy en silencio, y lo disfruto. Me quedo un momento en un estado muy tranquilo, casi sereno. Pasan varios minutos. Siento como el frío se instala en cada parte de mi cuerpo. Lo empiezo a sentir por dentro, llega hasta el alma, es ese frío interno que se queda. El silencio ahora también es frío, demasiado frío.

Pienso en ese él especial y una sensación de calidez me rodea por completo. La belleza de un recuerdo. Qué poderosa es la magia que puede existir entre un hombre y una mujer. El entendimiento pleno, la sintonía perfecta, la complicidad sin palabras, las conversaciones interminables, las confianzas mutuas, las torpezas, las distancias, el volver a verse, escucharse como si fuera la primera vez, el redescubrirse. Así de simple, así de fuerte. No hay todavía un enamoramiento, no hay compromisos, no hay promesas, no hay nada declarado, no hay en realidad nada más que ensoñaciones y ojalás. 



Pero para sentir no hace falta una declaración ni un título concreto, tampoco nadie que certifique o le dé un nombre a lo que sucede de a dos. Se siente y punto. Así comienza y cada vez es diferente. A veces es fácil y todo se manifiesta con rapidez, el "me gusta" es mutuo, ay que alivio,  felicidad extrema, mariposas en la guata, ya no tengo hambre, la pasión lo embarga todo, intensidad. Pero hay otros "él" y también otras "ellas" que son distintos. Que llevan un ritmo pausado, estructurado, que no ven bien, que no saben lo que son las señales, que no se la creen, que son miedosos. Que aún recuerdan el dolor y el daño, la pena honda del desamor, el sufrimiento, el piso que te lo quitan y no sabes de dónde afirmarte.  Son prisioneros, se limitan, no se atreven, viven en su guarida, solos, cómodos. Y aún a pesar de eso, sienten, con amor, con dulzura, con su propia realidad. Poco a poco esa semilla comienza a germinar, lentamente y sin apuros, a pesar de todos los argumentos que recomiendan que no se siga sintiendo, que no se fluya, que no se reconozca lo que hay. 


Rostro de hombre y mujer que se entrecruzan, se trata de amor

¿Cómo detener o cómo enmarcar el sentimiento cuando es real, cuando es de verdad, cuando irrumpe y no se puede limitar? Es que nos jugamos malas pasadas. Pareciera que todo en nosotros nos hace vivir en un mundo paralelo, alejados de lo que realmente queremos para nuestras vidas. Los culpables son los pensamientos y el miedo, la vergüenza y la falta de coraje, el pasado, sí ese pasado que aún atormenta por momentos, el temor a equivocarse de nuevo... 


Vuelvo a sentir el frío ambiente, el silencio envolvente. No sé vivir a medias, no sé vivir sin el amor, eso duele un poco. No sé vivir sin sentimiento y tampoco sé cómo disimular lo que se siente. Valentía, arrojo, atrevimiento, conquista, entrega. Para amar, sí, vale la pena.





Bonus track o final pop:
Recomiendo escuchar en cualquier momento de la lectura de este post la canción Luz de Piedra de Luna (Javiera Mena)

domingo, 17 de junio de 2012

Sólo te pido el momento

Advierto de entrada: este post es sobre una historia de amor. Y lo escribo con la Javiera Mena de fondo, el remake del tema "Yo no te pido la luna". Acá la canción:  http://www.youtube.com/watch?v=9_Roq88FlGg

Escultura de cerámica gres que simboliza la unión de la pareja
Sigue lloviendo en Santiago. Yo acá sentada en mi sofá, cerca de la ventana, viendo cómo cae la lluvia intensa. Nos estamos limpiando por dentro, es necesario. A mi lado me acompaña un té earl grey de los buenos y un plato de frutas con nueces. Con la lluvia dan ganas de estar en el refugio. 

Ayer escuché y sentí una gran historia. "No me lo esperaba", como dice mi querida amiga Ale cuando pasa algo fuera de lo común, extraordinario. Son esas conversaciones para dejar pasar el tiempo, sin ningún objetivo y sin ninguna expectativa. Me gusta conocer a las personas, ver quienes son, cuáles son sus historias, lo que hoy están viviendo. Me suele pasar a menudo que cuando están conmigo se genera un ambiente emocional donde hay apertura y confianza, no se dan cuenta... y me lo cuentan todo. Y yo escucho, sorprendida, tratando de no emitir juicios o de no sentirlos en mi cabeza, sólo observando. Guardo cada detalle, miro sus rostros, su expresión corporal, su mirada, el brillo de los ojos, la posición de sus manos, la entonación de la voz. 

Así comenzamos ayer. 
Pregunto algo para iniciar la conversación: 
-¿Tu marido era un poco mayor, cierto, así veo en las fotos?.
-Sí, 40 años mayor.
-¿Quéeeee? No entiendo, pero ¿cómo?
-Es que siempre me han gustado mayorcitos, viejitos, pero buenosmozos los viejos.

Risas completas. No podíamos parar. Fue un momento genial, tallas varias. Cuando nos logramos calmar, mi curiosidad era mayor, así que seguí indagando.
-Entonces te casaste con él por amor, estabas muy enamorada...
-No. Para nada.
-¿Y por qué se casaron? 
-Es que ambos queríamos formar una familia, establecernos, no estar solos, y bueno llegamos a un acuerdo. No estábamos enamorados, sí había mucho cariño, apoyo mutuo, compañía. Y criamos a nuestros hijos, que es importante y bueno...

Continuamos conversando por horas y horas. Me impactó el tono de naturalidad con la que contaba su historia, sin tristeza, sin pena, con un sentido práctico asumido, sin culpa. Nos contó sobre otros pololos que tuvo después de separarse, risas por miles, anécdotas divertidas, vivir juntos, hastiarse del otro, su mal genio, demasiado trabajólico, su frialdad, su falta de dedicación, tenemos que conversar, démonos un tiempo, rupturas y hasta aquí no más llegamos. 

Me quedo en silencio, ella sigue hablando, contando detalles. ¿Cómo es posible vivir así? Estoy de acuerdo con Fito, nadie puede vivir sin amor. Y no hablo de tener una pareja ahora o para siempre. Hablo de un instante o de varios de esos instantes que hacen que tu vida valga la pena. Ese recuerdo que te permite afirmarte, que te hace soñar, sentirte vivo, viajar, tener ideas lindas, albergar esperanzas, ser positivo, creer que sí va a llegar esa persona tan especial, que tú si lo vas a lograr. ¿Cómo no va a ser sensible para ti guardar en tu memoria el momento de una mirada apasionada, de la complicidad sin palabras, la primera vez que te tomó la mano, el primer beso, cuando te dijo que eras lo mejor de su vida?

En segundo medio leí "La Tregua", de Mario Benedetti. Y por supuesto que lloré a mares. No he podido volver a leer ese libro, ya que me sentí de alguna extraña forma identificada con la tristeza desoladora de Martín Santomé al perder a la mujer de su vida en un segundo. Sin aviso. Comprendí, o más bien fue un inside, que son los momentos los que hay que atesorar. No sabes cuánto pueden durar. No importa. Hay que estar preparados para vivirlos. Hay que estar presentes, pero ahora, no cuando terminen de estudiar o cuando consigan tal o cual cargo, o cuando tengan más plata. Eso no sirve. De verdad, no sirve para vivir feliz. Hay que disponer nuestro corazón, nuestra piel, nuestra mente, nuestras ganas, nuestro cuerpo, todo lo que tengamos, ponerlo ahí para amar, para seguir teniendo esperanzas, para doblarle la mano al dolor que siempre limita, para vencer el miedo y el temor. Hay que amar por sobre todo.

En esas reflexiones estaba cuando la historia dio un vuelco, nuevamente inesperado. Ella, que en apariencia lo tenía todo controlado, fue valiente y fue a buscar a su amor. Se metió la vergüenza y los miedos en el bolsillo, y los 27 años sin verlo. Ella lo sabía. Era la única vez que se había enamorado y eso no podía ser una mentira. Partió a buscarlo. Así, sin previo aviso. Su plan era conversar, darle un abrazo y volverse. No resultó así, fue mejor. Aunque tampoco tanto, como todo en la vida. Lo envolvió en sus brazos, quiso sentir el sabor de su boca y llenarse de su aroma, conocer todos sus sentimientos, pasar acompañada el invierno, temblar al verlo llegar. No puedo contar más, porque la historia es real. La lección: ella decidió despertar, emocionarse, sentirse viva, vulnerable, insegura, y finalmente feliz.

Javiera Mena lo canta: 
"Yo no te pido la luna, tan sólo quiero amarte. 
Yo no te pido la luna, sólo te pido el momento".

Maravilloso.