domingo, 26 de enero de 2014

Recuerdos

 Recuerdos que vienen y se van. Son fugaces. A veces se quedan un buen rato y se sienten en alguna parte del cuerpo. Comienzan de forma inusitada, una puntada en el pecho, una brisa de angustia, la garganta apretada, la mirada que se nos detiene, la respiración que se hace más tenue, y esas lágrimas que brotan no por tristeza, sino que sólo porque deben salir. Son parte del proceso de despedida.

Una vez me topé frente a frente con la muerte, llegó de forma repentina, sin previo aviso. Tuvo el arrojo de llevarse con rapidez a uno de los seres a los que más he amado y que sigo amando en este mundo. Es extraño, pues nunca había pensado en la muerte cerca mío. La vida es sabia, nos hace vivir justo lo que se debe vivir en el instante preciso. Ni más ni menos. Sin saberlo, estaba preparada y ella también. Habíamos estado conversando sobre la muerte los meses previos, charlamos sobre su significado real, profundo y espiritual. En definitiva, la muerte no existe, es sólo una transición hacia otra vida, hay una trascendencia de tu espíritu y sigues viviendo, pero de otra forma, le decía yo. Ella me miraba y confiaba. Esas conversaciones nos alegraban, nos liberaban, las comentábamos juntas mientras compartíamos una rica carne y una ensalada a la chilena con mucho ají verde en el Santa Brasa, como cada domingo en la tarde, a veces después de ver una película. Luego me hacía preguntas como si fuera una niña y yo se las iba contestando con paciencia y ternura. La pasaba a dejar, ella me decía que era la mejor, eso me daba tanta risa, me decía que ella sí que me decía la verdad, que yo era una linda persona, que podía lograr lo que yo quisiera, que confiara y tuviera fe, que todo me saldría bien. Esas palabras me llenaban de tanto amor, me elevaban, y sí, las creía. Eran ciertos, pues ella lo sentía. Ella sí creía en mí. Cuando le contaba alguna experiencia complicada que estuviese pasando, se enojaba con la contraparte, me defendía, los insultaba...eso me producía tanta risa, me sacaba carcajadas. Nos despedíamos de cada encuentro con un abrazo muy apretado y un beso, nos decíamos te amo cada vez que nos veíamos y cada vez que hablábamos.

A veces me pregunto por qué se recuerdan más algunas situaciones, siendo que son tan simples y cotidianas. Guardo esa cálida sensación de llegar a mi departamento, abrir el refrigerador y encontrarme con una fuente con una carne a la cacerola y un pote con arroz con zanahorias y pimientos picados finitos; o una fuente con cuatro zapallitos italianos, sin aceite, sin queso; o la clásica tortilla de porotos verdes que tanto me gustaba. Es para que te alimentes bien y no comas sólo atún y ensaladas, eso no puede ser, trabajas mucho, me decía. Y yo pensaba que exageraba. Cuánta razón tenía. Una vez me acuerdo que me dijo algo que nunca olvidaré. Me llamó como a las 23:30 horas y me dijo ¿tienes el computador prendido?, le dije que sí. Me lo imaginaba, me dijo. ¿Sabes qué? Hazte un favor muy grande quieres y apágalo ahora, me expresó con mucha fuerza. Y así lo hice, lo apagué. Ahora no hay nadie que me llame para ver si tengo prendido o apagado mi computador en la noche, ni nadie que me cocine algo rico, eso que sólo ella sabía como hacerlo. Cómo se extrañan esos pequeños detalles.

Los días previos los recuerdo perfectamente, los he repasado mucho, no quiero olvidarlos, los atesoro adentro de mi corazón, con mucho celo, no quisiera perderlos. Fuimos a tomar once al Mozart, ella pidió un café cortado grande y bien caliente, yo un té y un sandwich, tenía mucha hambre, porque no había almorzado. Me retó porque estaba comiendo muy rápido, que eso me hacía mal, me dijo. Estábamos sentadas en la terraza techada, al fondo a la izquierda. Veo la mesa, nos veo sentadas junto a mi hermana. Conversamos sobre la vida, nos reímos, fue lindo. Al otro día fuimos a almorzar toda la familia al Apero y ella que comía muy poco sólo pidió verduras salteadas. Exigió que la atendiera la garzona que a ella le gustaba. Así se hizo. Estuvimos tranquilos. Le reconocimos que los perfumes que escogía eran exquisitos, que nos encantaban. Eso la hizo muy feliz, al fin se dan cuenta que tengo razón, nos dijo con aire señorial. Fuimos a la casa, y me dijo que debía hacer algo muy importante. Qué cosa es, le dije yo. Debes aprender a hacer tortillas, me dijo. Y me enseñó. Hicimos tortilla de zanahorias, ensayamos varias veces, estaba muy enfocada en que aprendiese a hacerla bien. Las hice bien. Lo disfrutamos, nos reíamos de este logro, era una maravilla, ya sabía cocinar algo rico y sano, sin aceite, me dijo. Nos despedimos, nos abrazamos, nos dimos el último beso. Ninguna de las dos lo sabía.

Su voz la he ido olvidando un poco, tontamente borré todos los mensajes de mi anterior celular, donde tenía tantos llamados de ella retándome, para qué tienes teléfono si no lo respondes, alegaba. Me gustaba escuharlos, me daban tanta risa, me enternecían. La única manera en que ahora puedo escuchar su voz es en sueños. Nos encontramos allí. Pido antes de dormir, quiero soñar contigo, veámonos, ¿te parece? Y sueño que ella está viva, vivimos aventuras, a veces muy sencillas, no pasan grandes cosas, conversamos mucho, le cuento cómo estoy, ella me orienta, me da ánimo, me defiente ante todo y ante todos, puedo percibir su olor y la suavidad de su piel, siento amor puro y profundo, siento esa dulzura y esa calidez encantadora. Hasta que tenemos que despedirnos. Yo estoy muy bien, me quedo acá, pero tú tienes que volver, tienes mucho por hacer y por vivir, me dice. No lo acepto, grito, lloro, la abrazo muy fuerte como si fuera una pequeña desvalida, no quiero que me deje. Ella sonríe, tiernamente me explica que ella sí vive, pero de otra forma. Tiene una serenidad preciosa, se ve más joven y hermosa. La miro y le creo. Confío. La suelto, la dejo ir. Despierto y agradezco el encuentro, fue real y cierto.

Siento paz, quietud y plenitud.
 

Gracias por leer.

*Post escrito escuchando la "Serenata de Schubert" interpretada en castellano por Lucho Gatica https://www.youtube.com/watch?v=kwULobrL4eA


 


sábado, 24 de agosto de 2013

Microrrelato 1: Ella y él

Les presento el primer microrrelato de este blog, doy paso a las historias ficticias. Espero que lo disfruten ;)

 
Una pareja se está tomando de las manos 
Ella había tomado una decisión definitiva. Se olvidaría de él y comenzaría de nuevo. Debía despertar, no podía perder tiempo en ensoñaciones, en ilusionarse con ideas que no eran reales. Sí, ella lo amaba en silencio, pero él no lo sabía. Nunca lo sabría. Porque ya estaba decidido. Esa mañana despertó y pensó en él por última vez. Se despidió, en pijama, con un té en la mano. Susurró su nombre con ternura...luego le llamó la atención al viento, le dijo que por qué nunca la había visto, por qué no había sentido su amor, por qué no pudo hacer nada por ella. Bueno, así es la vida, se dijo ella. Es mejor no haber comenzado nada, podría haber terminado todo muy mal, agregó ella.

Él no quería despertar. Estaba soñando con ella y no quería dejar escapar esa cálida sensación de intimidad, de felicidad, de sentirse en la cima de la montaña, de estar vivo. Él la amaba en silencio, pero ella no lo sabía. Aún. Estaba decidido a decírselo. Pero todavía no era el momento. Sentía que debía esperar, que todo debía hacerse con delicadeza, con suavidad, con un sentimiento amoroso. No quería presionarla. Que todo fluya, se decía él. Que sea lo que tenga que ser...sé que será maravilloso, agregó él.


miércoles, 19 de junio de 2013

Sentimiento


Bicicleta antigua

Estoy en silencio, y lo disfruto. Me quedo un momento en un estado muy tranquilo, casi sereno. Pasan varios minutos. Siento como el frío se instala en cada parte de mi cuerpo. Lo empiezo a sentir por dentro, llega hasta el alma, es ese frío interno que se queda. El silencio ahora también es frío, demasiado frío.

Pienso en ese él especial y una sensación de calidez me rodea por completo. La belleza de un recuerdo. Qué poderosa es la magia que puede existir entre un hombre y una mujer. El entendimiento pleno, la sintonía perfecta, la complicidad sin palabras, las conversaciones interminables, las confianzas mutuas, las torpezas, las distancias, el volver a verse, escucharse como si fuera la primera vez, el redescubrirse. Así de simple, así de fuerte. No hay todavía un enamoramiento, no hay compromisos, no hay promesas, no hay nada declarado, no hay en realidad nada más que ensoñaciones y ojalás. 



Pero para sentir no hace falta una declaración ni un título concreto, tampoco nadie que certifique o le dé un nombre a lo que sucede de a dos. Se siente y punto. Así comienza y cada vez es diferente. A veces es fácil y todo se manifiesta con rapidez, el "me gusta" es mutuo, ay que alivio,  felicidad extrema, mariposas en la guata, ya no tengo hambre, la pasión lo embarga todo, intensidad. Pero hay otros "él" y también otras "ellas" que son distintos. Que llevan un ritmo pausado, estructurado, que no ven bien, que no saben lo que son las señales, que no se la creen, que son miedosos. Que aún recuerdan el dolor y el daño, la pena honda del desamor, el sufrimiento, el piso que te lo quitan y no sabes de dónde afirmarte.  Son prisioneros, se limitan, no se atreven, viven en su guarida, solos, cómodos. Y aún a pesar de eso, sienten, con amor, con dulzura, con su propia realidad. Poco a poco esa semilla comienza a germinar, lentamente y sin apuros, a pesar de todos los argumentos que recomiendan que no se siga sintiendo, que no se fluya, que no se reconozca lo que hay. 


Rostro de hombre y mujer que se entrecruzan, se trata de amor

¿Cómo detener o cómo enmarcar el sentimiento cuando es real, cuando es de verdad, cuando irrumpe y no se puede limitar? Es que nos jugamos malas pasadas. Pareciera que todo en nosotros nos hace vivir en un mundo paralelo, alejados de lo que realmente queremos para nuestras vidas. Los culpables son los pensamientos y el miedo, la vergüenza y la falta de coraje, el pasado, sí ese pasado que aún atormenta por momentos, el temor a equivocarse de nuevo... 


Vuelvo a sentir el frío ambiente, el silencio envolvente. No sé vivir a medias, no sé vivir sin el amor, eso duele un poco. No sé vivir sin sentimiento y tampoco sé cómo disimular lo que se siente. Valentía, arrojo, atrevimiento, conquista, entrega. Para amar, sí, vale la pena.





Bonus track o final pop:
Recomiendo escuchar en cualquier momento de la lectura de este post la canción Luz de Piedra de Luna (Javiera Mena)

martes, 28 de mayo de 2013

En pausa


Desde una ventana se ve la imagen lluviosa del díaEscucho el sonido del viento en la ciudad. Es de madrugada, no tengo sueño y veo que hay pocas luces encendidas en los otros departamentos. Están casi todos dormidos. Quizás esté solamente yo y el viento en pie, esperando el temporal, que se anuncia, que casi llega. La ciudad completa a oscuras. Y nuevamente lo escucho fuerte, golpeteando todo lo que encuentra a su paso, las hojas que yacen en el suelo y se elevan y caen y vuelven a volar, las campanillas  y los juegos de terraza, las bicicletas y las puertas. Me acerco a la ventana de la habitación para sentir ese viento. Me estremecen sus rugidos. Abro la ventana y entra todo con fuerza. Siento un poco de temor, casi infantil, y también un poco de ansiedad ante esta naturaleza que se entromete en las calles, en las plazas, en las casas, en el alma misma. Cierro. Respiro y me siento protegida de estar en casa. La cama, la almohada, la silla, el clóset, tan reales, tan sólidos, tan protectores. De nuevo regresa la tranquilidad, el silencio, la pausa, el sueño. 

Pienso en lo mucho que me gustaría contar las historias interiormente, escribir como se es por dentro, con todas las sombras, con todas las luces, con todas las intensidades, con todos los volúmenes. Sumergirme en el mundo de las palabras, de los pensamientos, plasmar emociones y sentimientos. Sólo eso. Ahora entiendo a los escritores, que inventan personajes, para explorar distintos universos interiores, para vivir cosas que ellos mismos no se atreven, para ser personas extraordinarias y también miserables. No sé bien qué hacer, no quiero tomar una decisión, quiero ser como ese viento, que hace lo que le da gana, que no le pide permiso a nadie y tampoco explica nada.

Estoy mirando las hojas volar, y de nuevo la lluvia que las bota, y ellas se dejan caer. Qué hermosa sensación de saber que esa mirada es única, que nunca regresará, que esa hoja y esa lluvia y ese viento ya no se repetirán. Serán siempre nuevos, siempre diferentes. La mirada y el viento, el momento y la hoja.
 



domingo, 21 de octubre de 2012

Capitán de tu barco

Le tengo respeto a los barcos. Y admiración a los capitanes. Manejar una máquina de aquellas requiere de conocimiento, precisión, liderazgo. Pero también se necesita fiereza, atrevimiento y osadía cuando las aguas están turbulentas, cuando la mar golpea una y otra vez, cuando no sabes bien cuál será el destino de esa nave ni cuándo terminará todo. ¿Estarán preparados esos marinos para soportar el vaivén, la tormenta y la incertidumbre?

¿Cuántas veces te has subido al barco de tu vida como pasajero y terminas como capitán en medio de una tormenta? Hoy en este mundo que vivimos, tan histérico, tan lleno de presiones, de objetivos sin sentido, donde los errores son exagerados hasta el límite, definitivamente hay que estar preparados. Preparados para actuar, para tomar el timón y enfrentar con inteligencia, dirigir a quienes haya que dirigir, para tomar decisiones rápidas y acertadas. Hay que tratar de ser un buen capitán en todo momento, pero aún más en medio de las aguas turbulentas. Un buen capitán piensa en los demás, los escucha, los acoge, los comprende. ¿Existen ese tipo de capitanes aún?, ¿dónde están?

Imagen de océano en blanco y negro
Hoy necesitamos capitanes humanos, capitanes sensibles, capitanes que no pierdan la perspectiva ante el vaivén propio de las dificultades. Qué gran desafío cuando nos subimos a nuestro propio barco. Mirar desde lo alto, ser tranquilidad, ser claridad. Ser ese capitán que tiene la fortaleza para continuar, sin perder la capacidad de asombro ante lo bello, sin perder la emoción ante la mar serena y la cordillera prístina, sin perderse en medio de tanta turbulencia.

Quiero ser capitana de mi barco, quiero tener la fuerza para tomar el timón y salir de la tormenta con aprendizajes, con lecciones importantes, con más sensibilidad y con algunos balazos entre medio. No importa. Es parte del proceso de manejar el barco. Salimos fortalecidos y estamos tranquilos. El barco vuelve a descansar. 

En este momento, Fito Páez: 

"Me gusta abrir los ojos y estar vivo.
Tener que vérmelas con la resaca,
entonces navegar se hace preciso,
en barcos que se estrellen en la nada.
Vivir atormentado de sentido, creo que esta, sí,
esta es la parte mas pesada".


("Al lado del camino" http://www.youtube.com/watch?v=gCJFF-kTA9Q)



domingo, 22 de julio de 2012

Reflexiones, letras, sufrimiento y Murakami

Me dormí sin saber qué hora era. El sueño llegó de pronto, muy suavemente, cerré los ojos y abracé el libro que estaba leyendo. Hacía varias semanas que no leía un libro por horas. No tengo ganas de profundizar aquí en los por qué. El asunto es que ya es domingo, y debo haber dormido, no sé, unas 12 ó 14 horas, tampoco me fijé en la hora en que abrí los ojos. Sí sentí una gran pesadez en todo mi cuerpo. El cuello y la espalda me dolían de sobremanera. Recordé que ayer estuve trotanto en una empinada subida y que estuve más de una hora entrenando. Me acordé del libro, ya no estaba entre mis brazos, seguramente lo lancé por la cama durante la noche. Allí estaba. Continué leyendo. Acostada, acurrucada, sintiendo el placer de meterme en una historia diferente y lejana, olvidarme un poco de la realidad.

Es Haruki Murakami, escritor japonés. Lo descubrí el año pasado cuando unos buenos amigos me regalaron uno de sus mayores éxitos en mi cumpleaños (1Q84). De eso ya ha pasado un año y debo reconocer que aún no lo termino, a pesar de que sí me enganchó. Bueno, ya dije que no quiero hablar de por qué no he leído tanto. En mi último cumpleaños, otra amiga que sabe qué es lo que más me hace feliz, me regaló otro de él. "De qué hablo cuando hablo de correr". Es simple, trata sobre su experiencia como corredor por más de 25 años. Me llamó la atención porque es Murakami y porque amo correr. 

Portada del libro "De qué hablo cuando hablo de correr", de Murakami
     
Si bien no pensaba escribir sobre alguien tan notable como Murakami, un hombre admirable por sus historias y su perfecta prosa, a medida que las palabras avanzan no me queda otra que entregarme a algunas reflexiones de su libro. ¿Con quien comentas un libro? Leer es una actividad solitaria, individual. Te tiendes en el sofá o en tu cama y entras en el mundo al que ese escritor te invita. Estás ahí, pero estás solo. Y cuando se lee un libro hay frases que te ayudan a comprender cosas, a unir piezas, a sentirte identificado, entiendes bien eso que vive el protagonista, lo que siente, lo que le está pasando. La mayoría de las veces esos comentarios te los guardas, te asombras contigo mismo o hablas y lloras por ese relato (cuando lees puedes hacerlo, no es tan extraño).




Por eso es que aprovecho esta oportunidad para compartir y comentar dos partes de este libro de Murakami en las que me he quedado pensando, asintiendo con la cabeza, diciendo "sí", riendo, disfrutando en silencio: 

1) "Había un corredor que decía que, ya desde que empezaba a correr, y luego durante toda la carrera, no hacía más que rumiar para sus adentros una frase que le había enseñado su hermano, que también era corredor: Pain is inevitable. Suffering is optional, el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional, depende de uno".

El sufrimiento es opcional, así de simple y así de claro. Un mantra que es digno de ser recordado en aquellos momentos críticos. De pronto te das cuenta que te sientes más agobiado que de costumbre, sintiendo pocas fuerzas, cansado y hasta hastiado de todo, de las personas y de la vida. O aún más grave: cuando la nostalgia quiere instalarse en cada rincón de ti y se asoma peligrosamente la tristeza y la autocompasión. No señor. Minutos claves, en los que esta frase se convierte en un salvavidas frente a los propios obstáculos internos. Sí queridos, el sufrimiento es opcional.  Este sí que es verdadero conocimiento, sabiduría pura.

2) "Ya he explicado con anterioridad que no tengo mal perder. Creo que perder es, en cierta medida, algo difícil de evitar. Una persona, sea quien sea, no puede ganar siempre. En la autopista de la vida no es posible circular siempre por el carril del adelantamiento. A pesar de todo, no quiero caer varias veces en el mismo error. Quiero aprender de ese error y aprovechar la lección aprendida para la siguiente ocasión". 

Detenerse. Salirse de la pista. Irse a la berma. Sin necesidad de tener una razón. Parar un poco. Bajarse. Tomar aire. Respirar. Cerrar los ojos. Volver al presente. Aquí y ahora. 

Ver la autopista que hoy recorres es vital. Necesito ver el camino para aprender, para comprender cuál es el próximo desafío. Para permitirme sentir y conectarme con todo lo vivido, con todo lo que siento en este instante. Orden, armonía, serenidad. Momento mágico donde puedo preguntarme por qué siempre me voy por las cuestas, por qué mi auto anda acelerado y hasta ahogado. Vuelvo a respirar. Observo hacia adentro. Comienzo a ver, a entender, a atar cabos sueltos, a generar conocimiento. Porque sin duda que en este andar se aprende.  El aprender de lo pequeño, de las reacciones, de las sutilezas y de las grandes cosas, de lo que dejamos de hacer, de lo que hicimos mal,  de cada una de las caídas, de la manera en que nos levantamos y salimos adelante, de lo hermoso que existe en nosotros. Aprendizaje puro. Se recuerda, se archiva. Lo ideal sería tenerlo a mano. ¿Recuerdo conciente?


Cómo me gustaría tomarme un té con Murakami. Conversar como si fuéramos amigos, cómplices, colegas. Decirle que sí me ha servido su libro, que cada vez que tengo un chispazo de conciencia viene a mi memoria que el sufrimiento es opcional. Que es mi mantra. Y que lo repito cuando corro. Que intento comprenderlo cuando me detengo, en el silencio. Y que cuando entiendo me dan todas las ganas de seguir, de vivir, de leer. 

Ya es la madrugada y en pocas horas me levanto a trotar. 
Sigo con Murakami.



miércoles, 18 de julio de 2012

Sin tema

Son las copas de árboles, de fondo el cielo azul, hermoso.
Un mes. Ha pasado un mes desde la última vez que escribí en este blog. Escribir libremente, sin rumbo, sin tener que cumplir nada, sin hacerlo para dejar a alguien contento. Escribir dejando todos los "sin" a un costado. Ahora me voy por la berma, aunque no se pueda, a veces es placentero romper todas las reglas, al menos a mí me hace falta, aunque pocos crean que lo hago. Sí queridos y queridas, rompo reglas. Y es justo allí donde creo estos espacios mágicos, que son solamente míos. Me doy cuenta que ha pasado un mes y he tenido pocos momentos sólo míos, de esos de silencio profundo, de sentarte en ese silloncito del balcón y contemplar este Santiago en invierno, escuchar la fuente de agua de la plaza, escuchar a las personas que sacan a sus perros por las noches, ver pasar a los deportistas corriendo en su propio mundo, dándote todo el tiempo para mirar cómo cambia el cielo al atardecer, sin iphones, sin tablets, sin nada. Sólo estás allí. Presente, relajada, serena. Conectando con ese otro mundo, más quieto, más tranquilo, más sencillo, más mío. Me pregunto si seré la única que necesita estos momentos para vivir.

Hoy no tengo tema, y eso hace que lo disfrute aún más. Qué rica sensación, sentir el placer puro de escribir, escribir porque quiero, porque me nace, porque lo necesito, porque me dan ganas, porque ahora tengo la oportunidad. Por gusto.


Respiro, observo, me doy cuenta. Me quedo en silencio frente a esta pantalla blanca, sintiendo, armando el puzzle de tantos días que han dejado rastros, experiencias, sueños, ideas, conversaciones, aprendizajes, muchas risas, encuentros, cansancios, algunas angustias, más experiencias. Son muchas situaciones vividas, desafíos, aspectos superados, otros que me superaron y me la ganaron, sentirse frágil, volver a tomar fuerzas, levantarse de nuevo, conectarse por dentro. Seguir.

Copas de árboles, de fondo el cielo azul, hermoso.

Hay que seguir caminando en la vida. Pase lo que pase hay que seguir. Es posible hacerlo, todos lo hemos logrado. Este fin de semana fui parte de un instante mágico que me recordó lo importante que es superar las dificultades que muchas veces nos creamos nosotros mismos, que nacen de la mente que todo lo quiere controlar, todo esto que sabemos que nos hace mal y que nos puede enfermar. Y ahí estaba. Escuchando atenta, conmovida, historias que son estremecedoras, que emocionan, que te ayudan a despertar, que te impulsan a crecer y mejorar. Nos reunimos para acompañar a un amigo muy querido, para decirle: "Acá estamos contigo". Sentir que alguien, que un otro necesita respaldo, apoyo, ayuda, cariño, ternura, una sonrisa. Es la cálida certeza de que no estás solo, que a pesar de todo, puedes confiar, puedes hacerlo, puedes seguir en la vida. Y puedes seguir bien. Que estamos todos, que estamos juntos, que nos queremos, que somos amigos pero de esos de verdad, profundos, emotivos, amigos del alma. Un grupo de personas ayudándose y queriéndose. Partimos con el salud de buena crianza. Conversamos de miles de temas, anécdotas, que cómo te ha ido, que cómo va la vida, que si supiste de, que si sigues con la danza y el gimnasio, que rico verte. Luego cada uno dijo lo que sentía. Escuchar a personas lindas que dicen lo que sienten. Vuelvo a recordar la magia de ese instante y vuelvo a tener esperanza en la vida y en las hermosas personas que me rodean. Los espacios y esas personas las encuentras o las buscas, no lo sé, no lo tengo claro. Pero están. Y escuchar la belleza de cada persona es algo único y entrañable. Es el mejor antídoto para curarse de las presiones del día, del estrés, del corre corre diario, de las penas, de las soledades. Nos emocionamos todos, hombres y mujeres. Todos se permitieron expresar, en su forma, en su tono, con sus palabras. Belleza pura, alimento para el alma. Alegría serena, abrazos y más abrazos. Qué bien nos hace. Qué bien me hizo esa velada.

Placer, escribir, escuchar Gracias a la vida, la Violeta qué mujer por Dios.  

Bueno, ahora escucho a Bob Marley y me acurruco en mi silloncito y sigo contemplando Santiago. Presente, acá estamos. Sin tema, pero con vida, sintiendo mucho la vida. Y escribiendo. 

Gracias por leer.